Esta carta, contrariamente a lo que podríamos pensar, no hace referencia a un jefe de la iglesia, sino a un ser que ha sido consagrado e inspirado divinamente. Es decir, un verdadero maestro que puede enseñarnos a experimentar lo divino.
El sumo sacerdote impregnado de un amor en su forma más pura, le otorga a las personas, aquello que verdaderamente necesitan, no lo que esperan, provocando racionalmente, que se haga la luz de la verdadera sabiduría y se supere la ignorancia.
Simboliza también la prudencia, el elemento que mejor domina y emplea. Aquí se mezclan lo masculino y lo femenino, los rasgos solemnes del guía espiritual y la inocencia del niño, en equilibrio con las emociones y los conocimientos.
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